España sigue siendo lo más parecido a una isla energética en Europa, no solo por la escasa conectividad eléctrica sino también por su independencia en el suministro de combustibles fósiles. Eso le preserva, en cierta medida, de una posible escalada bélica en Ucrania: mientras el resto de grandes países del continente, sobre todo los situados en el centro, el este y el norte de la UE, dependen en gran medida de Rusia para su abastecimiento, España —dado su relativo aislamiento geográfico— se ha visto históricamente obligada a diversificar sus proveedores.

La paradoja, sin embargo, está servida. Aunque las cantidades importadas de Rusia son pequeñas y el suministro parece garantizado prácticamente en cualquier circunstancia gracias a la citada diversificación, una potencial invasión de Ucrania por las tropas rusas encarecería aún más el gas natural —en máximos históricos, después de haber cuadruplicado su precio en el último año— y el petróleo —al filo ya de los 90 euros por barril—, entorpeciendo la recuperación económica. Estas son las principales líneas de contagio que el conflicto tendría para la economía española:

Gas natural. España depende íntegramente del exterior para su aprovisionamiento de gas, pero la importancia de Rusia sobre el total de importaciones es relativamente baja. Tanto, que hasta hace alrededor de una década —cuando ese país empezó a exportar por barco—, no se consumía ni un solo metro cúbico de gas ruso. En los 11 primeros meses de 2021, hasta donde alcanzan los datos de la Corporación de Reservas Estratégicas de Productos Petrolíferos (Cores), poco más del 8% tenía origen en el gigante euroasiático. Aun no siendo despreciable, esa cifra está muy lejos del 44% de Argelia, el 13% de Estados Unidos o el 11% de Nigeria.

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