La situación que atraviesa el mercado mundial de la automoción, y más concretamente el español, es completamente absurda. No tiene mucho sentido lo que ocurre, pero es lo que marcas, concesionarios y usuarios finales se están topando de cara. La progresiva desaparición de los motores diésel, la crisis de los microchips, el encarecimiento de las materias primas y el transporte, la llegada del coche eléctrico, el temor a los productos chinos que vienen, las restrictivas regulaciones —sobre todo las europeas—, la reconversión de las ventas y su paso al mundo digital, el endurecimiento de las condiciones crediticias, las nuevas formas de movilidad, o el envejecimiento del parque móvil como pautas visibles están creando un escenario que hace poco nadie pudo imaginar. Y de él salen situaciones inesperadas de todo tipo.

Las marcas

Los fabricantes experimentan una situación paradójica: están vendiendo cifras propias de hace alrededor de una década y, sin embargo, están ganando más dinero que nunca. En el primer semestre, y hasta el 30 de junio se vendieron en nuestro país 432.413 coches nuevos. La tabla clasificatoria la lidera Toyota con unos 40.000 y tras ellos Peugeot, Seat, Volkswagen, Kia y Hyundai que rondan una horquilla que viaja entre treinta y treinta y cuatro mil. Es paradigmático el caso de Mercedes. Antes de la pandemia sus ventas empezaban a rozar las sesenta mil unidades; este año la previsión es que superen ligeramente las treinta mil. La proyección para finales de este 2022 es que las ventas absolutas circunden las 800-850.000 unidades, que viene a ser la mitad que hace unos años.

Esta situación tiene origen en varios elementos, aunque todo está basado en el principio de escasez. La gente necesita moverse, ir al trabajo, viajar por negocios, o tener un vehículo para los desplazamientos familiares y de un tiempo a esta parte se están fabricando menos automóviles. La crisis de los microchips ha atacado a la industria con fuerza y los coches llevan alojados entre 1.500 y 5.000 microchips en toda su anatomía, dependiendo de marca, modelo y tipología. Los principales proveedores de microchips tuvieron parada su maquinaria en los momentos más álgidos de la pandemia y la industria global se quedó varada ante esta eventualidad. Al reiniciar su maquinaria no dedicaron sus esfuerzos a los microchips más baratos y sencillos, que son los que suelen usar los coches para abrir sus puertas, medir la presión de sus neumáticos, o encender la luz de la marcha atrás; chips muy sencillos.

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