La movilidad tal y como la conocemos cambia a pasos agigantados. Hoy en día, aún depende en buena parte de los combustibles procedentes del crudo. Pero ese escenario está mutando. No es un despropósito pensar que una parte significativa de la red minorista de combustibles en algunos mercados podría no ser rentable para 2035. Con vistas a un futuro así, hay un sector que se prepara para recibir el embate de la transformación energética: el de las estaciones de servicios, que ya comienzan a cambiar su modelo de negocio para verse cada vez más como surtidores de servicios.

Aunque la velocidad de cambio dependerá en gran medida de las políticas medioambientales que adopten los diferentes países, las compañías energéticas ya han comenzado a moldear el modelo de estos establecimientos. Las gasolineras del futuro serán un surtidor de servicios que habrá de responder a las necesidades de vehículos eléctricos, híbridos, autónomos y compartidos. Además, el porcentaje de beneficio proveniente de la gasolina y el diésel continuará decreciendo.

Un sector acostumbrado a que el dinero llegara solo y que se enfrenta a una pérdida de su valor residual brutal. Porque el problema aquí es que las EESS pertenecen a un tipo de negocio que está en vías de extinción: negocios con una relativa baja barrera de entrada de preparación intelectual y estratégica, como los bares, estancos o similares. Y, al igual que los bancos, que han enterrado miles de millones de euros en digitalizarse sin entender que el problema es que la propuesta de valor ha periclitado y que ya no sostiene la actual estructura, se han arrojado en brazos de la tecnología. ¿Son las estaciones de servicio las nuevas sucursales bancarias del futuro?

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