La producción de petróleo siempre ha dependido del impacto en la demanda de tensiones geopolíticas como guerras, recesiones y pandemias. Pero su rentabilidad como negocio nunca había estado en discusión hasta que el avance de la tecnología y la lucha contra el cambio climático aceleró el desarrollo de las energías renovables y la electromovilidad. En septiembre pasado, Daimler informó de que hará una pausa en el desarrollo de motores de gasolina para centrarse en eléctricos, sumándose así a una corriente iniciada por Volvo en 2017 y continuada por Toyota y Volkswagen en 2018. La enseña del escarabajo anunció en noviembre de ese año que invertirá 44.000 millones de euros para producir coches eléctricos en masa y que montará el último modelo de combustión en 2026.

Las marcas llevaban 100 años trabajando en la eficiencia de los motores de combustión y hasta aquí han llegado. En los próximos tres años se lanzarán 300 modelos eléctricos, habrá para todos los gustos y bolsillos. Es la primera vez que el sector automoción y la industria petrolera tienen visiones diferentes”, decía Mark Lewis, analista de BNP Paribas, en un panel de la cumbre del clima de Madrid celebrada en diciembre pasado.

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