Fernando Santiuste recurre al símil animal para describir la situación de su sector: «Estamos como los osos en invierno, viviendo de las reservas y esperando a que vengan tiempos mejores». El gerente de la estación de servicio de Santa María del Campo echa de menos a los vascos o a los madrileños, hijos del pueblo o de la comarca de alrededor, que iban a pasar los puentes a Santa María y antes de volver a sus casas llenaban el depósito.

Extraña también a los jubilados que «bajaban al huerto, a plantar sus cosillas, y que ahora se quedan en Burgos». Y también las comuniones, las celebraciones familiares en el pueblo, las romerías… todo sumaba en el negocio de esta gasolinera rural, pero ahora no les queda más remedio que hibernar cual plantígrado.

Las gasolineras son una de las víctimas más dañadas por los confinamientos perimetrales que impiden la libertad de movimientos entre territorios y de la situación sanitaria en general que desincentiva las escapadas de fin de semana y cualquier viaje no necesario. La provincia de Burgos, a caballo entre la meseta y el norte peninsular, lo padece especialmente porque ya no hay visitas a las playas del cantábrico ni fines de semana culturales en Madrid ni simplemente comidas con los amigos o con la familia en las localidades de origen de los emigrantes.

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